En Caracas, para poder ingresar a la sala de emergencias de una clínica privada necesitas tener $1,000 en efectivo o una tarjeta de crédito del extranjero; una hospitalización arranca desde los $3,000, dependiendo de la gravedad del paciente. La salud pública no es una opción cuando se trata de una situación de vida o muerte por la falta de recursos que atraviesan los hospitales. Esta es la historia de mi papá, y nuestro encuentro cara a cara con la crisis venezolana que, nunca antes, nos había golpeado tan fuerte.
Mi nombre es Yessi Hernández, soy periodista, y me dediqué al mundo del arte después de graduarme. Tengo una carrera como actriz de teatro en Nueva York, donde vivo desde principios del 2015. Por la crisis del Covid-19, mi trabajo en las tablas paró completamente, así que volví a mis raíces, al menos por ahora: la comunicación. Aún trabajando 7 días a la semana con un empleo a tiempo completo de lunes a viernes, y otro los fines de semana, no puedo costear los gastos de lo que significa una emergencia médica en Venezuela.
Mi papá enfermó con una diverticulitis desde hace tres meses cuando estaba atrapado por la pandemia en Nueva York –teníamos 4 años sin vernos–. Desde aquí, empezamos a tratarlo llevándolo a varios especialistas y haciéndole los exámenes pertinentes, pero no mejoró.
Por la crisis del Covid, temíamos ir a un hospital y contagiarnos, así que decidimos cumplir con el tratamiento del doctor desde casa, tal como nos fue recetado: dieta líquida, antibióticos orales y reposo. Poco a poco, mi papá empezó a comer menos por el dolor, pero no tuvimos tiempo de buscar otras opiniones, puesto a que su estadía en Estados Unidos estaba a punto de vencerse. Apenas abrieron los vuelos para Venezuela, mi padre fue de los primeros en regresar al país.
Al llegar, fue a consulta con sus médicos de toda la vida. A los pocos días, tuvieron que ingresarlo de emergencia: estaba orinando heces. A pesar de que los ecos y exámenes iniciales no mostraron la extrema gravedad de su situación, una fiebre alta fue la señal de que algo en su cuerpo estaba fallando. El diagnóstico fue una diverticulitis aguda con presencia de un absceso de 5cm y una fístula en la vejiga: lo que estaba causando una infección masiva y comunicación entre su sistema digestivo y urinario. Los médicos tenían que operarlo, pero no podían tocarlo con una proteína C reactiva en 20 (el valor normal es menos de 1,0 mg/L).
Teníamos que hospitalizarlo y esperar de tres a cuatro días a que su cuerpo reaccionara con antibióticos intravenosos con dos fuertes dosis diarias, y ver su evolución. Ahí empezó nuestro calvario.
Su seguro médico ya no era aceptado, puesto a que los costos de hospitalización van más allá de la póliza más alta de la empresa. Cada día de hospitalización resultan en $1,000 diarios, sin incluir los antibióticos especiales que tuvieron que ser traídos desde afuera de la clínica cuyo valor son $93 la dosis. Cada examen de sangre, tomografía y eco se pagan aparte. Después de 5 días, al no haber una mejoría considerable y por el riesgo a una septicemia, hubo que operarlo con todo y el riesgo que representaba para su vida. Nunca olvidaré ese día: 9 de diciembre. Hablé con mi papá por teléfono pensando que sería la última vez, los doctores nos prepararon para lo peor: “está muy débil y la infección está muy avanzada”. Mi papá, de un metro ochenta, estaba pensando 50 kilos. Luego de 4 horas de cirugía, los médicos lograron limpiar, hacer una colostomía y sacarlo con vida del proceso.
Luego de 5 días de hospitalización más, fue llevado a casa a continuar el tratamiento y prepararse para una segunda intervención en febrero: una quizás más fuerte en recuperación.
Lo dieron de alta con la deuda más grande que alguna vez hayamos tenido, y un tratamiento que cuesta alrededor de $100 diarios considerando las bolsas de colostomía y los múltiples medicamentos que debe tomar.
Por toda la presión económica y la gravedad de su situación, abrimos un GoFundMe para ayudarnos con los gastos, estando muy conscientes de lo privilegiados que somos dentro de un país con tanta miseria.
La salud no debería ser un lujo para el ser humano. Mi familia, de clase media, con ahorros y una hija única en el extranjero –que trabaja los 7 días de la semana–, aún tuvo que buscar ayuda afuera porque no podíamos cubrirlo todo. Aún nos estamos preparando para la próxima cirugía en febrero. Aún no podemos, y nos preguntamos cómo hacen todos los demás. ¿Cómo se hace cuando no se puede? ¿Cómo nos acostumbramos a la muerte y a la miseria?
Un par de días después de la cirugía de mi padre, nos llegó la noticia de la tragedia de Güiria, con todos esos venezolanos que se fueron buscando un mejor futuro. Los ahogó el hambre y la necesidad, el mar está lejos de la culpa. Venezuela está ahogada en historias como la nuestra, muchísimas otras de mayor envergadura, pero a todos nos ha tocado enfrentarnos a nuestro propio monstruo, a todos nos tocó una dosis de “patria”.