Desinformación, mentiras e insultos de todo calibre. La campaña para la segunda vuelta electoral entre el presidente Jair Bolsonaro y el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva ha sumergido a Brasil en unos inusuales tiempos de cólera.
Con información de EFE
Los «laboratorios de guerra sucia» de ambas campañas trabajan a todo vapor desde el 2 de diciembre pasado, cuando Lula, abanderado de una coalición progresista, se impuso con un 48,4% de los votos, frente al 43,2% de Bolsonaro, lo cual forzó la segunda vuelta del próximo domingo 30 de octubre.
En las últimas semanas, los dos bandos han alimentado la rabia de sus seguidores y, por momentos, han llegado a sumergir la disputa en las cloacas de la política, en un conflicto permanente que ha pasado lejos de los problemas que apremian a los brasileños, como la alta inflación, el desempleo, el hambre y una pobreza creciente.
Un aluvión de noticias falsas y mentiras ha circulado sobre todo en internet y ha multiplicado el trabajo fiscalizador del Tribunal Superior Electoral (TSE), que en los últimos dos meses ha ordenado retirar más de 20.000 «fake news».
Solo la semana pasada, bien sea en internet, en televisión o en radio, el TSE concedió unos 300 «derechos de respuesta» a Lula en los espacios proselitistas de Bolsonaro, quien a su vez obtuvo casi medio centenar de sentencias similares a su favor.
El estilo provocador de Bolsonaro, quien no mide sus palabras, ha inflamado a sus seguidores con declaraciones de talante machista y racista, así como ha acusado a diario a Lula de «ladrón», por los asuntos de corrupción que salpicaron su gestión (2003-2010).
Tras la primera vuelta, llegó a calificar de «analfabetos» a los electores del noreste del país, la región más pobre del país, cuna de Lula y donde el líder progresista tiene su fortín político.
Empeñado en acentuar sus «valores conservadores», Bolsonaro ha dicho en tono acusador que Lula es «ateo», «comunista» y «abortista», y asegura que pretende «liberar las drogas», «cerrar iglesias» y «perseguir a los cristianos», como, asegura, ocurre en la Nicaragua de Daniel Ortega.
El bolsonarismo, febril en las redes sociales y con clara mayoría evangelista, se ha hecho eco y ha irrumpido en medio de misas para protestar contra curas que criticaron el hambre que padecen muchos brasileños.
Por su parte, Lula no se ha quedado atrás y suele referirse a Bolsonaro como «ese genocida», por el negacionismo del Gobierno ante la pandemia de covid-19, que ya ha matado a casi 690.000 brasileños.
Su campaña también ha cruzado algunas líneas rojas y ha llegado al extremo de acusar al mandatario de «canibalismo» y «pederastia».
En el primer caso, por una entrevista de 2016, rescatada de archivos, en la que Bolsonaro narró una visita a una comunidad indígena cuyos habitantes, según él, comían carne humana.
El segundo también se apoyó en un video reciente divulgado por Bolsonaro, en el que dijo haber visitado un barrio de la periferia de Brasilia, donde vio a unas venezolanas refugiadas de «unos 14 o 15 años» que estarían volcadas a la prostitución y se interesó por ellas, aunque luego debió aclarar que era por su situación.
La campaña de Lula también usó otro viejo video de Bolsonaro, en el que aparece en un templo de una logia masónica, a la que muchos cristianos asocian con el «satanismo».
La justicia atenta
Aunque han reforzado los controles y acentuado las sanciones, técnicos de la Justicia electoral dijeron que «no hay cómo dar una respuesta inmediata» al aluvión de mentiras y la velocidad con que circulan en las redes sociales.
Más allá de plataformas de público acceso, como Twitter, Facebook e Instagram, el problema está en servicios de mensajería privados, como WhatsApp y Telegram, en los cuales la fiscalización es «casi imposible».
Según los técnicos consultados por Efe, es en esos servicios que las «fake news» más han proliferado en la recta final de una campaña en la que Lula y Bolsonaro acaban casi empatados en las encuestas, aunque con una ligera ventaja para el candidato progresista.