Tras días de iniciativas diplomáticas, los talibanes abren las puertas del nuevo Afganistán a China, pues mientras Occidente intenta endurecer el embargo financiero, los nuevos patrones de Kabul lanzaron públicamente un llamamiento a Pekín, al considerar que puede tener un “gran papel en la reconstrucción”.
“China es un gran país con una enorme economía y capacidad y creo que puede jugar un papel muy importante en la reconstrucción”, dijo el portavoz para los medios internacionales Suhail Shaheen, en declaraciones al canal europeo en inglés de la televisión estatal china CCTV.
En ese contexto, el canciller Wang Yi, quien hace apenas 20 días recibió a los líderes talibanes, sostuvo a su homólogo británico Dominic Raab que, queriendo “jugar un papel constructivo”, la comunidad internacional debe “respetar plenamente la independencia y soberanía de Afganistán y la voluntad de su pueblo”.
Para Pekín, la única salvedad real sigue siendo el aislamiento de los yihadistas uigures de Xinjiang.
Las inversiones chinas, por lo demás, podrían ser urgentes.
El cese de la ayuda internacional y el congelamiento de casi 10 mil millones de fondos afganos en el exterior, parecen haber dado en el blanco. “Una injusticia”, definió el portavoz del grupo yihadista, según el cual “la gente necesita esos recursos” y “el Banco Central los necesitará”.
El nuevo Irán del presidente Ebrahim Raisi pronto podría subirse al tren de los socios privilegiados de los mulás, precisamente en sociedad con China.
“Creemos que Teherán y que Pekín, basados en un plan estratégico, pueden cooperar en Afganistán a diferentes niveles”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores designado, Hossein Amirabdollahian, en una reunión con el Representante Especial de China para Afganistán, Yu Xiao Yong.
El retiro de Estados Unidos, que el propio Raisi ya había definido como “una oportunidad para la paz”, abre nuevos escenarios. “El pueblo de Afganistán -subrayó- demostró en su historia que nunca tolerará la ocupación y la dominación extranjeras”.
Por su parte, Turquía también continúa moviéndose en un segundo plano.
Si el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aseguró que está dispuesto a reunirse con “el gobierno formado por los talibanes” para garantizar “ante todo la estabilidad y seguridad del país”, por miedo a una oleada descontrolada de inmigrantes, por otro lado hace filtrar que rescató unos cuarenta lugartenientes del presidente fugitivo Ashraf Ghani, ocultándolos entre los 324 que el lunes se encontraban a bordo del primer vuelo de repatriación turco desde Kabul.
Entre ellos, el canciller Mohammad Hanif Atmar y el jefe de los servicios secretos, Ahmad Zia Sraj.
Se trata de un movimiento que sugiere el deseo de no perder el contacto con ninguna de las partes involucradas.
Sin embargo, sobre el terreno, Turquía mantiene su embajada, la única plenamente operativa entre los países de la OTAN, y apoya un diálogo con los mediadores, comenzando por el ex presidente Hamid Karzai.
La última vez que los talibanes tomaron el poder, en 1996, la organización sólo fue reconocida por tres naciones: Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Ningún gobierno ha llegado todavía tan lejos, lo que socava la capacidad de los militantes para dirigir el país con eficacia.